domingo, 23 de octubre de 2011

Jugando a ser militares.

¿Por qué será que a tantos hombres nos atraen las armas?

Pensémoslo, cuando éramos niños jugábamos a menudo con pistolitas de plástico, o poniendo la mano con forma de revólver con el pulgar señalando hacia arriba, gritando ¡pum, piñau! y corriendo cuanto más nos permitían las piernas, persiguiendo a nuestros primos, hermanos y amigos.

Si veíamos una película del oeste en verano, esas que Canal 9 repetía una y otra vez, nos quedábamos embobados mirando al héroe que salva a la chica y que echa a los villanos del pueblo y los encierra. Todos queríamos ser él en ese momento, cuando no imitábamos a los indios con sus rudimentarias armas, esos maravillosos arcos de madera que lanzaban flechas emplumadas directas a las gargantas de los enemigos. Nos compraban réplicas en plástico barato con flechas apuntaladas por una ventosa, que intentábamos clavar en paredes, dianas o frentes de nuestros pacientes padres.

Luego crecimos y conocimos las maquinitas de recreativo, que te brindaban la posibilidad de usar una pistola, también de plástico, que tenía retroceso y hasta vibraba con cada disparo. Más tarde, cuando el paintball se convirtió en casi una moda, muchos queríamos jugar aprovechando cualquier cumpleaños o despedida de soltero.

Hoy, que he vuelto de jugar una nueva partida de airsoft con Luis y sus amigos, me he parado a pensar qué nos atrae todo esto, y por qué en especial a nosotros, los hombres, y no tanto a las mujeres. Si bien estas partidas que tratan de seguir con fidelidad las batallas -por la equipación completa y las tácticas- aquí no hay más herida de guerra que un rascón con un matorral de pinchos, algún moratón de alguna caída y poco más, en la guerra real la menor herida que te puede hacer una bala despierta un dolor apenas imaginable y te hace sangrar, cuando no te mata. En estos años en los que nos toca vivir a los jóvenes, tenemos la suerte de conocer tiempos de paz en la mayoría de Europa, aunque por desgracia la violencia armada se cuela por los barrios más desfavorecidos y las ciudades más deshumanizadas, en ocasiones por culpa de las drogas y el poder.

Ah, el poder, el gran enemigo del hombre, que sólo trae deseos de mayor poder, mayor riqueza, mayor control sobre los demás. Lo vemos en la revuelta del mundo árabe, en todos esos países que al fin gritan libertad, y se lanzan a la calle clamando por ella. Pero cómo conseguir la libertad, si la opresión del poderoso no te lo permite. Y ahí es donde comienzan las guerras más crueles, cuando se ansía por encima de todo ser más que el de al lado, y poder subyugarlo bajo tu mano terrible. Es entonces el momento de coger las armas y enfrentarse al dictador injusto, a la autoridad inclemente, y pelear por liberar a tu pueblo hasta las últimas consecuencias. 

Luego, cuando lo consiguen, lo celebran con himnos y cánticos de libertad, en medio de una desolación y una destrucción a la que se han visto arrastrados tras el período de lucha. Atrás quedan muchos caídos y más heridos, huérfanos y viudas, familias destrozadas y amigos velando por sus seres queridos. ¿Por qué ha llegado el hombre a crear esto? ¿Seremos, como decía Rousseau, nuestro propio lobo, nuestra propia destrucción?.

Nosotros, lejos de todos esos sufrimientos y dolores, nos enfundamos los uniformes y cogemos nuestras réplicas, y nos vamos a simular batallas en montes y lugares abandonados. Y cuando nos hieren con una bolita de plástico de 3 milímetros levantamos la mano y nos retiramos, para volver a la partida en la siguiente ronda. Corremos loma arriba y abajo, liberamos adrenalina y nos cubrimos unos a otros en silencio, acechando a nuestro enemigo, con la tensión de no dejar que nos vea en ningún momento. Será la emoción de la caza, el lenguaje mímico del sigilo, el instinto de supervivencia, lo que nos hace querer volver otro día para jugar de nuevo a ser militares. Eso no es la guerra, no lo es...

Ojalá todas las balas fueran de plástico, y todas las muertes pudieran resolverse levantando la mano y esperando una nueva oportunidad.



2 comentarios:

  1. Muy buena tu conclusión. Recoge la ilusión pueril por los juegos de niñez (aunque adaptada a los tiempos modernos, por supuesto) y la esperanza de que, como dices, la guerra sea con balines de fogueo, y morir sea tan fácil como volver a empezar de cero.

    Gracias Pabol, invitas a una reflexión. Un abrazo

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  2. Sinceramente, es un honor que des tu enfoque de mis propuestas, haces que escribir en un blog propio sea más alentador...

    Un abrazo, Arturol.

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