jueves, 24 de noviembre de 2011

Sueños.

16 veces intenté desde la cama tomar esta instantánea, pero no es fácil cuando falta la luz y debes mantener el obturador abierto durante 5 segundos, manteniendo la cámara totalmente quieta. Aún así, se ve ligeramente borrosa, pues quería capturar tal cual es la escena que veo al acostarme cada día. Sin trípode, sin apoyo alguno, tan sólo dejando la cámara descansar en mi pecho y aguantar la respiración mientras se graba la imagen en el sensor. Esta es la vista desde mi cama.




Un principio algo técnico para una entrada de un blog que pretende ser más que una colección de fotografías, pero quería situarme bien antes de empezar. Llevo 29 años viviendo en esta misma habitación, pequeñita y aprovechada hasta su último rincón. La cama es necesariamente abatible, incómoda al estar abierta si quieres moverte por el hueco que queda entre ella y la mesa. Comodísima por las mañanas a la hora de hacerla, se estiran las sábanas mínimamente, se levanta y a hacer marcha. Hace unos años, cuando Rafa dejó libre la habitación de al lado me ofrecieron mudarme al otro lado de la pared, pero ¿por qué mudarse?. Ya estoy hecho a este color verde de la mesa, a los armarios y cajones, a las vistas invariables en el tiempo. Aquí nací, y aquí crecí y me crié, que así siga siendo.

Muchas noches, al acostarme, miro hacia la ventana, e imagino qué hace el mundo en ese momento. Mientras me cubro con la manta, ahora que hace fresco, recuerdo a Miguelito, el amigo de Mafalda, que caminaba en silencio al saber que en el otro lado del mundo estaban durmiendo. Imagino a muchos otros trabajando mientras otros dormimos a unos pisos de distancia. La ciudad nunca duerme del todo. Médicos y enfermeros de guardia; taxistas que recorren la ciudad bajo las luces de las farolas; albañiles que deben terminar una obra contrarreloj; policías, guardas de seguridad y bomberos que velan por los ciudadanos; redactores de prensa y periodistas radiofónicos, alerta ante cualquier primicia que puedan arrebatar a los otros; barrenderos que limpian los deshechos para que la ciudad siga siendo turística y acogedora al día siguiente; transportistas y reponedores del mercado; desafortunadas mujeres en clubs de alterne, abriendo sus piernas a la noche. Tantos oficios diversos como los del día.

Pero luego están los que no trabajan por la noche, ni tampoco de día. Que por la noche apenas duermen, ni lo hacen durante el día. Caminan por nuestras calles, que también son suyas, en el desamparo de la soledad y la tristeza. Gente con una historia de un pasado, con un futuro poco alentador si la caridad no trata de cambiarlo. Vagan aquí y allá con sus bicicletas roídas, los palos ganchudos rebuscando en la miseria. Carritos de la compra, carritos de bebé modificados, carros de la compra que alguna vez llevaron comida, pero de eso hace mucho. Bolsas y cajas de cartón son su casa, objetos viejos y ropas sucias sus pertenencias. Los vemos pasear con la mirada perdida a nuestro lado y pensamos que somos afortunados por no estar nuestros papeles intercambiados, la lástima y la pena nos invade, pero pocas veces hacemos algo por cambiarlo.

Si el mundo ha de mejorar, que sea yo el que empiece a hacerlo. Que cuando me vuelva a meter en la cama piense que he hecho algo por el que está ahí fuera y no tiene un lugar donde dormir, salvo un banco en algún paseo, un cajero abierto durante la noche o una repisa donde cubrirse del aire nocturno gélido y húmedo. Llegan las Navidades, y el espíritu solidario crece en nosotros; ojalá dure más que las desvirtuadísimas fiestas navideñas, convertidas en un apogeo de consumo y despilfarro en beneficio de comercios y grandes superficies.

Y mejor no hablar de sueños, esos que tan de moda están ahora, con la Lotería. ¿Qué sueños tienen ellos, mas que poder vivir un día más. O no. Demos gracias por lo que somos y tenemos, y movámonos porque ellos puedan darlas algún día.

Si queremos, podemos. 




Debajo del puente del río hay un mundo de gente, abajo, en el río, en el puente. Pedro Guerra.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Protagonista de tu vida.

No es esta una imagen de la cual asombrarse por su espectacularidad, belleza y originalidad. La mayoría la dejará pasar de largo sin fijarse en la vieja farola que se pierde en el medio de la escena, o en los dos pueblos que se ven más allá de la balsa verdosa. Apenas repararán en el gran pino que preside la fotografía y pensarán que hacía un día nublado y triste.


Sin embargo, unos pocos esbozarán una sonrisa en su boca y recordarán con claridad vivencias y tiempos pasados en aquel lugar, donde el tiempo se detiene para dejar espacio a la imaginación y a la vida. A la imaginación porque allí suceden cosas que se crean para ser y tomar forma sólo donde deben hacerlo. A la vida porque si para algo fue creado el albergue fue para ser vivido y disfrutado. De igual manera que un jarrón sin flores es tan sólo un objeto ornamental, el albergue sin aquellos que lo hacemos propio no sería lo mismo.

Si me pusiera a contar las veces que he ido a Viver, pasaría de largo la treintena, y sin embargo hasta ayer no había tomado una foto como esta. Los que hemos disfrutado el albergue sabemos bien que el Mirador es un lugar único, porque allí se tienen buenas vistas del paisaje que lo rodea, de Jérica y Viver, con frondosos pinares envolviéndoles. Pero es por la noche cuando la calma te invade bajo un manto de estrellas, el instante en el cual cobra esa magia que tiene. Ante ti flotan las letras y la melodía que cuentan que siempre hay mil millones de estrellas en esta noche que ahora negra ves, y te sientes pequeño ante la inmensidad. Este es un lugar especial que nos brinda esa oportunidad. Unos escalones de piedra envejecidos por el tiempo, las lluvias y el viento, una valla roja de metal oxidado y una fea farola verde, que en conjunto se transforma en un todo inolvidable, con un valor incalculable. Al fin le hice justicia y lo capturé tal y como es, sin gente, inmóvil en el tiempo, a la espera de que pronto alguien le visite de nuevo, y disfrute de sus vistas.

Bien es sabido que mi memoria es corta y poco fiable, y haciendo un ejercicio por recordar momentos pasados allí me cuesta evocar historias de cuando aún era confirmando o niño de post-comunión. Sí, de estos últimos años afloran historias de muchas acampadas y campamentos, pero temo que se vayan olvidando en el tiempo, como tantas otras. Me invade cierta sensación de desasosiego al pensar que aquellos recuerdos sólo volverán con las fotografías y las conversaciones con los que he compartido historias en Viver.

Por ello, pienso que he de sentirme más protagonista de esta vida que es mía, y de nadie más. Disfrutar cada instante, cada encuentro, cada lugar y cada gente conocida, que aunque algún día sean olvidados pueda decir que fui yo quien lo viví. Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?. La vida es un regalo, y como tal hay que abrirlo, mimarlo y agradecerlo. Siento que he perdido algunos años, no hablo ahora por la pérdida de los recuerdos, pero hay que mirar hacia delante y mantener el nuevo rumbo. Que sea Letras para recordar un lugar para grabar mis memorias y fortalecer la hoja de ruta.



Así pues, como el Mirador en la fotografía, sintámonos protagonistas de nuestras vidas, y que el recuerdo nos mantenga en los demás, aunque se el tiempo nos borre nuestra memoria.



lunes, 7 de noviembre de 2011

Buscando letras para una imagen.





Hay días en los que una imagen te conmueve,
con dejar reposar los dedos sobre el teclado las palabras salen solas. 

Hay otros días en los que una captura como esta te habla de muchas formas, 
pero por mucho que buscas no encuentras las palabras oportunas.


Llevo 5 días con el borrador de esta foto esperando ser escrito, y muchas ideas me vienen a la mente, mas ninguna me acaba de arrancar las palabras en mis dedos. Y sin embargo, la estampa habla.

Habla de la inmensidad del mar, de lo insondable de sus aguas, y me trae recuerdos de la mitología de Tolkien, donde describía con un arte incomparable la primera vez que los elfos descubrían el mar. Ante algo tan inmenso, ¿cómo no sentirse pequeño?, ¿cómo no sentirse atraído por él?.

Habla de la fuerza de la naturaleza, que se rige por fuerzas invisibles y vientos que lo moldean todo. La naturaleza nos envuelve y cautiva, a pesar de que vivimos en el ruido y el ajetreo constante de las ciudades. Quizá deberíamos salir a encontrarnos con ella más a menudo.

Habla de los peligros que acechan al hombre, simbolizado por todas esas blancas piedras que se ven temporalmente protegidas por rocas más grandes y duras. Muchas veces permanecemos quietos, a la espera de acontecimientos, sería mejor salir a su encuentro y afrontarlos.

Habla de viajes en barco por el mundo, de placer y descanso, o de la durísima faena en el mar, pescando para poder sobrevivir. Qué distinta la vida relajada del navegante ocioso del, a mi modo de ver, más duro oficio del hombre: faenar en mares incontrolables en frágiles trozos de madera, cuando el sol aún no ha aparecido en el cielo y el frío y la lluvia percuten y empapan tu cuerpo.

Y habla del misterio del mundo y su creación. ¿Quién puso esos mares ahí? ¿Quién nos creó a nosotros, para que los viéramos? Ante tales preguntas, muchas respuestas. Que cada uno se crea la suya, que la mía ya me cuesta creerla.


Sigo sin pensar que estas letras hagan justicia a esa imagen, pero qué le voy a hacer, aún soy joven en el arte de escribir...