16 veces intenté desde la cama tomar esta instantánea, pero no es fácil cuando falta la luz y debes mantener el obturador abierto durante 5 segundos, manteniendo la cámara totalmente quieta. Aún así, se ve ligeramente borrosa, pues quería capturar tal cual es la escena que veo al acostarme cada día. Sin trípode, sin apoyo alguno, tan sólo dejando la cámara descansar en mi pecho y aguantar la respiración mientras se graba la imagen en el sensor. Esta es la vista desde mi cama.
Un principio algo técnico para una entrada de un blog que pretende ser más que una colección de fotografías, pero quería situarme bien antes de empezar. Llevo 29 años viviendo en esta misma habitación, pequeñita y aprovechada hasta su último rincón. La cama es necesariamente abatible, incómoda al estar abierta si quieres moverte por el hueco que queda entre ella y la mesa. Comodísima por las mañanas a la hora de hacerla, se estiran las sábanas mínimamente, se levanta y a hacer marcha. Hace unos años, cuando Rafa dejó libre la habitación de al lado me ofrecieron mudarme al otro lado de la pared, pero ¿por qué mudarse?. Ya estoy hecho a este color verde de la mesa, a los armarios y cajones, a las vistas invariables en el tiempo. Aquí nací, y aquí crecí y me crié, que así siga siendo.
Muchas noches, al acostarme, miro hacia la ventana, e imagino qué hace el mundo en ese momento. Mientras me cubro con la manta, ahora que hace fresco, recuerdo a Miguelito, el amigo de Mafalda, que caminaba en silencio al saber que en el otro lado del mundo estaban durmiendo. Imagino a muchos otros trabajando mientras otros dormimos a unos pisos de distancia. La ciudad nunca duerme del todo. Médicos y enfermeros de guardia; taxistas que recorren la ciudad bajo las luces de las farolas; albañiles que deben terminar una obra contrarreloj; policías, guardas de seguridad y bomberos que velan por los ciudadanos; redactores de prensa y periodistas radiofónicos, alerta ante cualquier primicia que puedan arrebatar a los otros; barrenderos que limpian los deshechos para que la ciudad siga siendo turística y acogedora al día siguiente; transportistas y reponedores del mercado; desafortunadas mujeres en clubs de alterne, abriendo sus piernas a la noche. Tantos oficios diversos como los del día.
Pero luego están los que no trabajan por la noche, ni tampoco de día. Que por la noche apenas duermen, ni lo hacen durante el día. Caminan por nuestras calles, que también son suyas, en el desamparo de la soledad y la tristeza. Gente con una historia de un pasado, con un futuro poco alentador si la caridad no trata de cambiarlo. Vagan aquí y allá con sus bicicletas roídas, los palos ganchudos rebuscando en la miseria. Carritos de la compra, carritos de bebé modificados, carros de la compra que alguna vez llevaron comida, pero de eso hace mucho. Bolsas y cajas de cartón son su casa, objetos viejos y ropas sucias sus pertenencias. Los vemos pasear con la mirada perdida a nuestro lado y pensamos que somos afortunados por no estar nuestros papeles intercambiados, la lástima y la pena nos invade, pero pocas veces hacemos algo por cambiarlo.
Si el mundo ha de mejorar, que sea yo el que empiece a hacerlo. Que cuando me vuelva a meter en la cama piense que he hecho algo por el que está ahí fuera y no tiene un lugar donde dormir, salvo un banco en algún paseo, un cajero abierto durante la noche o una repisa donde cubrirse del aire nocturno gélido y húmedo. Llegan las Navidades, y el espíritu solidario crece en nosotros; ojalá dure más que las desvirtuadísimas fiestas navideñas, convertidas en un apogeo de consumo y despilfarro en beneficio de comercios y grandes superficies.
Y mejor no hablar de sueños, esos que tan de moda están ahora, con la Lotería. ¿Qué sueños tienen ellos, mas que poder vivir un día más. O no. Demos gracias por lo que somos y tenemos, y movámonos porque ellos puedan darlas algún día.
Si queremos, podemos.
Debajo del puente del río hay un mundo de gente, abajo, en el río, en el puente. Pedro Guerra.
Muchas noches, al acostarme, miro hacia la ventana, e imagino qué hace el mundo en ese momento. Mientras me cubro con la manta, ahora que hace fresco, recuerdo a Miguelito, el amigo de Mafalda, que caminaba en silencio al saber que en el otro lado del mundo estaban durmiendo. Imagino a muchos otros trabajando mientras otros dormimos a unos pisos de distancia. La ciudad nunca duerme del todo. Médicos y enfermeros de guardia; taxistas que recorren la ciudad bajo las luces de las farolas; albañiles que deben terminar una obra contrarreloj; policías, guardas de seguridad y bomberos que velan por los ciudadanos; redactores de prensa y periodistas radiofónicos, alerta ante cualquier primicia que puedan arrebatar a los otros; barrenderos que limpian los deshechos para que la ciudad siga siendo turística y acogedora al día siguiente; transportistas y reponedores del mercado; desafortunadas mujeres en clubs de alterne, abriendo sus piernas a la noche. Tantos oficios diversos como los del día.
Pero luego están los que no trabajan por la noche, ni tampoco de día. Que por la noche apenas duermen, ni lo hacen durante el día. Caminan por nuestras calles, que también son suyas, en el desamparo de la soledad y la tristeza. Gente con una historia de un pasado, con un futuro poco alentador si la caridad no trata de cambiarlo. Vagan aquí y allá con sus bicicletas roídas, los palos ganchudos rebuscando en la miseria. Carritos de la compra, carritos de bebé modificados, carros de la compra que alguna vez llevaron comida, pero de eso hace mucho. Bolsas y cajas de cartón son su casa, objetos viejos y ropas sucias sus pertenencias. Los vemos pasear con la mirada perdida a nuestro lado y pensamos que somos afortunados por no estar nuestros papeles intercambiados, la lástima y la pena nos invade, pero pocas veces hacemos algo por cambiarlo.
Si el mundo ha de mejorar, que sea yo el que empiece a hacerlo. Que cuando me vuelva a meter en la cama piense que he hecho algo por el que está ahí fuera y no tiene un lugar donde dormir, salvo un banco en algún paseo, un cajero abierto durante la noche o una repisa donde cubrirse del aire nocturno gélido y húmedo. Llegan las Navidades, y el espíritu solidario crece en nosotros; ojalá dure más que las desvirtuadísimas fiestas navideñas, convertidas en un apogeo de consumo y despilfarro en beneficio de comercios y grandes superficies.
Y mejor no hablar de sueños, esos que tan de moda están ahora, con la Lotería. ¿Qué sueños tienen ellos, mas que poder vivir un día más. O no. Demos gracias por lo que somos y tenemos, y movámonos porque ellos puedan darlas algún día.
Si queremos, podemos.
Debajo del puente del río hay un mundo de gente, abajo, en el río, en el puente. Pedro Guerra.